Anjullón OnLine

Este Blog esta creado con la intención de hacer conocer más a mi querido pueblo de Anjullón, rescatar su historia y su cultura e informar los hechos más destacados del pueblo y/o protagonizados por sus hijos.
La foto de la portada es "la Iglesía de Anjullón".
Se aceptan colaboraciones con material sobre el pueblo (y la costa toda) a Lrquintero@gmail.com

miércoles, 5 de octubre de 2016

El Hombre en la Luna y yo en un burro

Luego de varios de días de estada en la ciudad de La Rioja, continuamos nuestra gira hacia el norte, por la llamada Costa Riojana.


Ingresando al Camino de la Costa Riojana


El camino de la Costa justamente no se destacaba por estar cerca del mar, sino que se trataba de una cuesta en el cordón montañoso del Velazco, a una altura media de 1300 msnm.

En el camino de la Costa, los cóndores volaban a nuestro lado

También por invitación, nos hospedamos en Anjullón en la casa de Zenón Bazán, un conocido de mi papá.
Anjullón era un pueblo muy pequeño que en ese momento no tendría más de quinientos habitantes. Y su nombre, de origen quechua significaba “ladera de la cañada con agua”.
Durante varios días, alrededor de las siete de la tarde, proyectábamos las diapositivas en diferentes lugares de Anjullón y de los pueblos cercanos, como Anillaco. Y en algunos de esos sitios, ni siquiera había luz eléctrica, como el caso de una escuela donde tuvimos que extender alargues del cable a través de una calle para poder enchufar el proyector en un negocio. Pero era increíble la alegría de la gente y las caritas maravilladas de esos changuitos, quienes nunca habían visto una imagen ni en cine ni en televisión.
La casa de Don Zenón era enorme, y vivían solo él, que era viudo, y su hijo. Tenía una distribución completamente ajena a mis experiencias urbanas de un barrio de la clase media de Buenos Aires. Contaba con un patio central con piso de tierra y aljibe, alrededor del cual había una galería de baldosas, a la que daban todas las habitaciones, el baño y la enorme cocina que servía también de comedor. Y hacia el fondo, la huerta, el gallinero y algunos otros animalitos de granja.
Las habitaciones eran muy amplias, con pisos de madera, techos altos, paredes muy gruesas y ventana a la calle. Las camas con respaldos de bronce y cubrecamas tejidos en telar. Y además de la mesita de luz, con velador y candelabro, había otra mesa con una jarra de agua y una palangana; y la bacinilla debajo de la cama, para evitar cruzar la galería en las frías noches de invierno.
La sala donde se cocinaba me recordaba bastante a la de la casa de mis tías en Bahía Blanca. También había una “cocina económica” alimentada a leña o a cualquier otra cosa que oficiara de combustible natural, como cáscaras y hojas secas. Y una señora que ayudaba a Don Zenón en las tareas domésticas, nos servía todas las comidas preparadas artesanalmente. Hasta el dulce duro de membrillo lo hacían allí. Me acuerdo que Don Zenón un día me dijo: -“A los dulces que venden en Buenos Aires, también les ponen un poco de membrillo, pero el resto se hace con batata o con otros productos más baratos.” Y sin duda tenía razón porque el sabor era completamente diferente.
A mí por un lado me gustaba estar y comer carne de chivitos, huevos frescos, nueces y frutas sacadas de los árboles del lugar; pero por otra parte, la leche tenía nata, el queso era de cabra, los guisos muy condimentados… Y a los dieciséis años, todavía mi paladar respondía a otros sabores.
El pueblo carecía por completo de distracciones como las entendíamos en las ciudades, por lo que la exhibición que habíamos ido a hacer de los audiovisuales, había revolucionado a toda la zona.
En las mañanas salíamos a caminar por los alrededores, que no eran muchos, pero muy bonitos. Y a la hora de la siesta yo me aburría supinamente, por lo que Don Zenón consiguió que me prestaran un burro para que me llevara a pasear en ese momento del día. Yo nunca había montado uno, por lo que al principio se empacó y tuvieron que socorrerme hasta que el animal tomara confianza y comenzara a desplazarse. Pero no iba adonde yo quería sino que recorría las calles del pueblo y se paraba cada tanto en la puerta de alguna casa, para continuar siempre con la misma ruta. Lo que pasaba era que durante todas las mañanas hacía el reparto de algunos comestibles y conocía perfectamente la ubicación de sus clientes. ¡No hubo manera de que me llevara a otra parte! Pero terminó siendo mi mayor diversión y esperaba con ansias que después del almuerzo su amo me lo trajera.
Cuando ya llevábamos varios días allí, se iba a producir un hecho trascendental a nivel mundial, y era la llegada del Hombre a la Luna. Por eso, ese veintiuno de julio habíamos suspendido la proyección de audiovisuales para poder escuchar lo que sería el primer alunizaje tripulado. ¡Sí!, sólo escuchar por radio, porque en el año 1969 todavía no había televisión en la Costa Riojana.
Era de noche. Nos reunimos en la cocina. Todos en silencio alrededor de la vieja radio de madera esperando el momento preciso, hasta que Neil Armstrong, luego de unas palabras con que describió el lugar, dijera la célebre frase: “Un pequeño paso para un hombre; un salto para la Humanidad.”


El Hombre en la Luna



La emoción fue enorme, nos abrazamos todos y brindamos. Y al día siguiente, a la tarde, cuando me trajeron el burro, salí a buscar el diario que llegó tardíamente para poder ver las primeras fotos del lugar que la noche anterior habíamos tratado de imaginar.
Y esa situación me enseñó a ver que en el mundo se vivían varios siglos al mismo tiempo, en diferentes espacios. Y que era tan difícil de entender para un chango de Anjullón las hazañas de la NASA, como para un neoyorquino pensar que existieran pueblos donde todavía se dependiera de un burro.

Ana María Liberali