Corría el
verano del año 1966. Ya habían pasado algunas horas desde que el sol se
ocultara tras el Velasco y como todos los sábados, los hombres del pueblo
empezaban a reunirse en el lugar obligado: la confitería “El Viskito”. Algunos
jugaban al sapo, a la taba o al truco, mientras otros solo compartían una
picada acompañada por alguna bebida debajo del enorme visco que le daba nombre
al lugar.
De pronto la
tranquilidad de la noche se vio quebrada con la llegada de Custodio Brizuela,
quien buscaba ayuda para rescatar a su padre Don Celidonio, conocido con el
mote de “Shono”, quien junto a Alonso Vega habían quedado atrapados en el cerro
mientras buscaban algunas vacas de su propiedad.
En efecto,
Don Shono junto a su hijo Custodio y a Alonso Vega, habían marchado en la
madrugada de ese día a buscar algunas vacas que tenían en la zona de “el
potrero”. Al no poder encontrarlas en los lugares más habituales, ya de
regreso, subieron por la quebrada conocida como “la aguadita”, que se encuentra
al sur del puesto de “Don Burgos”, quedando Custodio en la parte baja. La idea
era subir y una vez arriba dirigirse hacia el este por la parte más alta para
bajar llegando a la Gruta de la Virgen del Valle, eludiendo de esta manera una
zona de muy difícil acceso.
Custodio
llegó al lugar establecido para reunirse y después de varias horas de espera
trató de volver sobre sus pasos a pesar de la llegada de la oscuridad. Por este
motivo no pudo avanzar mucho, pero si lo suficiente para escuchar gritos de su
padre, que le hicieron saber que estaban atrapados en algún lugar del que no
podían salir por sus propios medios, y ante esto decidió volver al pueblo a
buscar ayuda.
Al enterarse
del problema, muchos de los presentes empezaron a organizarse para el rescate.
Entre los jóvenes presentes en la confitería y que serían de la partida estaban:
“Pito” y “Cholo” de la Vega, “Tuni” Peralta, Luis “Masha” Mercado, Dionisio
Quintero, Armando “Calito” Núñez, etc. Algunos marcharon a sus casas a buscar
elementos que podrían necesitar, entre ellos Cholo de la Vega, quien fue a
buscar el camión de su padre (Don Alfredo de la Vega), en el cual marcharía
todo el grupo de rescate por el camino de la gruta, que en esos momentos solo
llegaba al lugar conocido actualmente como “la primera terminal”.
Varios fueron
los hombres del pueblo que marcharon esa noche, acompañados por el policía del
pueblo, Don Juan “el gallo” Mercado. Algunos llevaban radiosoles y velas para
alumbrar, otros lazos, torzales y también algunas botellas que podían necesitar
para acercar agua a los perdidos. Pasando la gruta, un grupo cruzó a la margen
izquierda del río para tratar de subir, lo cual les resultó imposible.
Volvieron luego a la otra margen del río y decidieron avanzar hasta el puesto
de Don Burgos para subir y realizar el mismo camino que hizo Don Shono y Alonso.
Llevaban dos radiosoles para alumbrarse e intentar llegar al lugar desde donde,
al parecer, se escuchaban los gritos.
Pito de la
Vega y Dionisio Quintero se quedaron en la zona conocida como “Rodeo del
medio”. Allí los encontró el amanecer y un rato después pudieron ver al otro
grupo en la cima del cerro hacia el sur. También se empezaron a escuchar
nuevamente gritos de Don Shono, que al parecer estaban en algún lugar a mitad
de la montaña pero no podían verlos.
En ese
momento empezó a llegar más gente del pueblo que venían a unirse al grupo de
rescate, entre ellos Belarmino Brizuela, Carlos Ávila y Humberto Zárate.
Mientras tanto el grupo que estaba en la cima, intentaba sin éxito descender
hacia donde se escuchaban los gritos y desde abajo lograron ubicar el lugar
exacto donde se encontraban los extraviados.
A simple
vista era un lugar de muy difícil acceso, por lo que algunos regresaron al
pueblo a fin de buscar medios adecuados para realizar el rescate. Mientras
tanto, Dionisio Quintero invitaba a quien se animara a acompañarlo, para tratar
de subir desde el frente. A pesar que por esos años, Dionisio era un joven de
26 años habituado a andar en los cerros y conocedor de la zona, el lugar al que
tenían que llegar era prácticamente inaccesible. Pero como no encontraban otra
forma de llegar a ellos, decidieron intentarlo.
Dionisio se
acomodó un lazo a media espalda y partió acompañado por Carlos Ávila, que
llevaba un torzal en sus manos y por Humberto Zarate, que llevaba una botella
con agua. Como en aquel tiempo no había botellas plásticas, ante el primer
problema de Humberto, la botella cayó al suelo y se reventó, por lo que
Humberto decidió regresar al improvisado campamento.
Siguieron
avanzando y trepando entre piedras y grandes cantidades de una planta llena de
espinas conocida como chaguarales, la cual es muy común en esa parte del cerro.
De repente llegaron a un lugar donde no podían pasar. Luego de varios intentos
Dionisio logró trepar y pasar a través de un molle pero no así Carlos Ávila
quien le alcanzó el torzal que llevaba arrojándolo desde abajo, regresando
luego al campamento del “Rodeo del Medio”.
Con mucha
dificultad siguió avanzando, mientras el grupo que había subido a la cima
durante la noche, regresaba por el mismo camino de subida. Desde abajo con
gritos y señas, la gente trataba de indicarle a Dionisio el lugar donde estaban
los extraviados.
Después de
mucho esfuerzo y por los gritos e indicaciones, se dio cuenta que estaba más
arriba y a poco andar encontró las huellas que habían dejado el día anterior
Shono y Alonso.
Siguiendo
esas huellas pudo llegar a ellos, habían bajado por una piedra rodando como si
fuera un tobogán, aproximadamente unos 10 o 12 mts. Y desde allí no pudieron
seguir avanzando debido a que al frente había un precipicio, pero tampoco
podían regresar debido a que la piedra era muy resbaladiza y estaba muy
empinada.
Para colmo de males, el lugar donde se encontraban era muy pequeño y apenas
podían moverse, con riesgo de caer al precipicio.
Alonso y don
Shono estaban en una saliente de la piedra junto a su pequeño y fiel perro y
era impactante lo deteriorada que tenían su vestimenta. Esto se debía a que
cuando subieron, habían calculado mal el tiempo que tardarían y al llegar a la
cima el sol empezó a esconderse, por lo que después de avanzar un poco hacia el
este y ante la inminencia de la llegada de la noche empezaron a “laderiar” la montaña tratando de descender. La oscuridad llegó rápidamente y las espinas
desgarraron sus ropas mientras abanzaban, hasta llegar al lugar donde quedaron
atrapados.
Dionisio unió
el lazo y el torzal que llevaba, lo agarro en un pequeño visco que estaba cerca
y que le serviría de ayuda. Luego lo arrojó para tratar de sacarlos. Alonso
estaba preso de pánico y no quería salir, pero gracias a la fortaleza de don
Shono que lo convenció y le ató el lazo para que el rescatista lo jalara desde
arriba, logrando sacarlo. Una vez que Alonso pudo llegar arriba y quedó en un
lugar seguro, Dionisio arrojó nuevamente el lazo para que subiera don Shono,
quien trajo a su perro en los brazos.
La primera
parte del rescate estaba lista, pero todavía faltaba bajar de la montaña. El
trayecto se hizo siguiendo hacia tras, las huellas que habían dejado Shono y
Alonso la noche anterior. Alonso no era un hombre muy habituado a andar en los
cerros, por lo que sumado a su estado, necesitaba de ayuda para subir hasta la
cima y luego descender. Cuando llegaron a la cima de la montaña eran las 12:30
hs. y hacía 4 hs. que Dionisio había empezado a subir.
Mientras
tanto, desde el improvisado campamento del Rodeo del Medio, habían visto el
rescate a la distancia y se dieron cuenta del camino que estaban haciendo para
bajar. Por lo tanto algunos de los presentes fueron hasta el puesto de Don
Burgos y empezaron a subir para ayudar, llevando agua para el rescatista y los
rescatados. El primero en llegar fue Don Belarmino Brizuela, quien los encontró
cuando ya empezaban a descender por la senda de la quebrada de la Aguadita.
A partir de
ese momento, ya hidratados y con ayuda, el descenso fue más fácil hasta el puesto
de Don Burgos y desde allí hasta el Rodeo del Medio, donde se había agrupado la
gente del pueblo. En ese lugar ya se encontraban otras personas con escaleras
especiales, con las cuales pensaban intentar el rescate.
De allí
continuaron camino hasta llegar a la Gruta de la Virgen del Valle. En ese lugar
ya se encontraba el Dr. Urtado junto a dos enfermeras (entre ella la “Niña”
Inés), quienes hicieron los controles de rigor a los recién rescatados. También
había en el lugar gran cantidad de gente del pueblo y de pueblos vecinos, que
habían llegado a ofrecer su ayuda.
Doña Rufina,
esposa de don Shono, había carneado una cabra y la había enviado para que
comiera su marido y la gente que intentaba rescatarlo. Es así que cuando
llegaron a la casa de nuestra Madre del Valle, los recibió el agradable aroma
que salía de la parrilla.
Gracias de Dios y a la Virgen del Valle, esta historia tuvo un final feliz.
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