Aparte de estos entretenimientos populares estaban los festejos religiosos y actos escolares. Y en primer lugar las fiestas patronales en honor de San Vicente Ferrer, precedidas por la novena, anunciada por "quema" de bombas. Las bombas no podían faltar. Cuentan de un sacerdote "transitorio" que siente la primera bomba -al alba- luego otra, y otra. Sale en ropa interior, les quita el mortero, lo mete en la iglesia y les dice que inviertan ese dinero en obras para el prójimo. Criterio muy válido y muy actualizado, pero quizá no tan al tanto de la idiosincrasia de la gente: darán para las obras, pero no le faltarán las bombas al santo... "Solamente he tenido para traerte esto..." fueron las palabras con que, según tradición oral, Don Juan Vicente Zalazar -de las primeras familias de conquistadores que formaron Anjullón- abriendo una petaca de cuero traída desde Salta, entregó a su hermana Doña Eulalia la preciosa imagen de San Vicente Ferrer, cuya veneración pública pasó a las generaciones futuras (de un programa radial de R. Pollastri, 1965). Las fiestas patronales tienen lugar el primer domingo de agosto, y culminan con la procesión. Las letanías o alabanzas nombran a San Vicente como "ángel, profeta y doctor". Por tanto, como ángel tiene alas. Estas eran de cera. Lo velaban en Doña Vicenta. Una vez cayó una vela, tomó fuego y se derritieron las alas, que fueron reemplazadas por otras de hojalata. Pero el santo las rechazó: se cayó y se rompió. Se hizo restaurar, pero ya sin alas, pues si lo sacan con alas hay tormenta (Pirucha).De Ramiro Riedel, en "Anjullón, recuerdos de cuanta"
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