Otra celebración típica de Anjullón, si bien de fecha más reciente pero que trasunta su profunda religiosidad, es la fiesta de la gruta.
Bien adentro en la quebrada que recoge el agua que baja al pueblo hay una gruta natural formada por enormes piedras contrapuestas, que posiblemente sirvió de refugio a los camperos.
El padre Julio César Ferreyra tuvo la inquietud de entronizar allí la Virgen del Valle, iniciativa que fue acogida con entusiasmo por la comunidad creyente.
El padre Julio, que era sobrino de Doña Anselma y luego heredó su casa, desempeñaba su ministerio en Pomán, Catamarca, pero ejercía una gran influencia en Anjullón: "El padre Julio era pariente nuestro. Hacía unas fiestas en Anjullón...! Fabulosas! Hasta hacía blanquear los cercos", recuerda doña Amalia.
Con la colaboración de todo el pueblo -quien donaba un jornal, otro un paquete de fideo, quien cocinaba- y a pala y pico, se fue haciendo, por estaciones, el camino de acceso, bordeando el canal maestro.
Eran épocas difíciles, allá por 1955, cuando la revolución contra Perón trajo aparejada la prohibición de las reuniones, de cualquier tipo.
Se había programado la inauguración para el 5 de enero, pero por comunicación de la autoridad policial no se podía hacer la procesión.
Entonces el pueblo se complotó con el sacerdote y durante la noche retiraron la Virgen de la iglesia y la subieron a la gruta. Desde la madrugada el pueblo entero fue subiendo por el costado del canal.
Amaneciendo el día, el subcomisario que había trasmitido la comunicación no ve pasar a nadie.
Entre curioso y suspicaz hace ensillar su caballo y sale a recorrer el pueblo y no encuentra a nadie, salvo a los ancianos. ¿Dónde está la gente, dónde esta la gente? Pero nadie sabía.
Desde entonces año tras año la Virgen tiene su novena, que culmina con la procesión en la gruta.
De Ramiro Riedel, en "Anjullón, recuerdos de cuanta"
De Ramiro Riedel, en "Anjullón, recuerdos de cuanta"
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